martes, 17 de junio de 2014

Histórico enfrentamiento de los curas ferrolanos con la autoridad militar en el Corpus Christi del año 68

En la foto, el prelado Araúxo Iglesias, años ochenta, bendice
la ciudad desde las escaleras del edificio consistorial, en
el día del Corpus. A la izquierda se aprecia una represen-
tación militar de la Armada española.

Pasado mañana es la festividad del Corpus. Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión, reza el refranero popular. A mi memoria vienen aquellas procesiones solemnes y fastuosas de los años sesenta, que no se sabía muy bien si eran desfiles militares o rituales litúrgicos. Tal que así deberían de verlos los curas de la época, que quisieron dar un golpe timón y desproveer la festividad de tanto boato, pero al final la cosa acabó sin cumplir el objetivo y con algunos castigos a los sacerdotes, además de un toque de atención dado al entonces obispo de la diócesis, monseñor Argaya Goycoechea. Fue precisamente en el año 1968 cuando el Consejo Presbiteral decidió el cambio litúrgico de la procesión del Corpus, reduciendo al mínimo el aspecto procesional limitando toda una celebración de la eucaristía a un acto en la plaza pública "para quitarle a la procesión su aspecto escandaloso de mero espectáculo", escribió en su día el teólogo Xosé Chao Rego, a la cura de la parroquia de Santa Mariña cuando ocurría este percance, hoy y desde hace muchos años, secularizado. Aquella toma de posición constituía, sin duda, un explosivo en una ciudad en la que radicaba una importante plaza militar. Se quería suprimir la escolta de soldados y marineros, la tradicional bendición del mar desde Capitanía General y un desfile procesional de unas autoridades, civiles y militares, que tendrían que asistir como simples fieles "si tal era su devoción", subrayaba Chao Rego en FerrolAnalisis nº 2, de julio de 1991, publicación que edita el Club de Prensa, entonces bajo la dirección del que esto escribe. Pues bien, fue suficiente que un representante del clero castrense en el Consejo Presbiteral fuese al Capitán General para informarle de que aquellas eran artimañas de curas comunistas para que la más alta autoridad, "con fama de ver comunistas debajo de su cama" pusiese en marcha una operación de caza de brujas "de la que varios ingenuos entusiastas de la reforma litúrgica salimos heridos y el bueno del obispo, desprestigiado", remarca Xosé Chao. El prelado hubo de retratarse y el cura Fernando Porta de la Encina, responsable de la ceremonia, en tanto experto en liturgia, resultó depuesto de su curato de la parroquia de San Julián en la que llevaba escasas semanas de ejercicio pastoral. Chao Rego confiesa en el trabajo al que hice referencia que no hubo intencionalidad política alguna, solamente interés pastoral "lo que puedo suscribir como secretario del Consejo Presbiteral, lo que me llevó a enfrentarme con mi querido obispo, defender a Fernando Porta y protestar por la injerencia de la autoridad militar". Ya Jacinto Argaya Goicoechea se había marchado destinado a San Sebastián "y en una emotiva reconciliación, acabamos los dos de rodillas pidiéndonos perdón mutuamente", concluye Chao Rego su relato.

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